Que abrumadoras aquellas tardes de verano, que alentadoras todas aquellas risas, que elegantes las sonrisas, que vértigo sentía al mirar el fondo de tus ojos, parecían no tener fin, el verde y el negro se fundían en un punto infinito donde me gustaba quedarme a solas cuando el tiempo no andaba a mi paso o yo no era capaz de cogerle el ritmo, que miedo me causaban tus labios, parecían esconder una oscuridad inmensa en la que me perdía durante horas, minutos, segundo o quizás semanas, meses, años. Que tentadora la ocasión que apremiaba mi valentía, tan fuerte tan débil en el mismo instante, que cúmulo de sentimientos entremezclados. No quería dejarte ir. Ni a ti, ni a tu misterio asombroso ni a tu manera de ver las cosas tan contagiosa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario